lunes, 15 de abril de 2013

Mi alarma suena para eso de las cinco de la mañana. El fin de semana había terminado, de vuelta a mi porquería de trabajo, no mencione nada de lo de Ana, lo ultimo que quería era pasarme todo el día en casa, por más que me molestara levantarme temprano no se compararía a estar aquí más tiempo. Cuidar un almacén es mi trabajo. Con los años comprendí que no hay un mondo de riquezas y glamour para alguien que ni siquiera terminó la preparatoria; no creo que tantas borracheras y libertades pasadas valgan mi miseria actual. Para las cinco y media ya estoy bañado, afeitado y cambiado. Años de experiencia me ayudaron a combatir cualquier resaca; dos Aspirinas, una ducha fría y algo de jugo de naranja. Eso ultimo fue consejo de mi madre. Básicamente jugo y pan tostado fueron mi desayuno, la cocina era un desastre, opuesta a como la vi anoche,  y solo había una explicación: Susana explotó (emocionalmente, claro está). Ella había llorado y estado triste, pero estaba actuando demasiado fuerte, algo nada normal para una madre en esa situación, me alegra que se haya desahogado.
De camino al almacén pase por la primaria de Ana como de costumbre, no pude evitar que brotaran las lagrimas.

martes, 9 de abril de 2013

Mi tía Sara, hermana de mi madre, algunos años mayor que mi madre, sus hijos ya grandes, y hace años que apenas y la visitaban o se dignaban en hacer una simple llamada, era una mujer anciana, y amarga, como los cigarrillos que se fumaba como si no hubiera mañana, pero a diferencia de estos ella no inculcaba ninguna calidez.
-Jose luis, quiero hablar con tu madre- me dice de tal modo que deja claro que no quiere perder tiempo con mis comentarios. -Está dormida, lleva todo el día en su cuarto- la verdad era que no sabía si estaba dormida o despierta, pero supuse que no querría ser molestada. A lo que ella responde con otro tosido desgarrador, por lo que insinúo: -Tía, deberías dejar ya el cigarro- primero otro tosido, pero no tan enfermo como los anteriores y después responde: -No seas hipócrita, ¿tu fumas como chimenea y te preocupas por mí?- en eso tenía razón, ella había fumado demasiado por mucho tiempo, pero yo siempre le gane en cantidad, y ella los sabe porque bajo su cuidado fue cuando le encontré amor al sabor amargo y seco del tabaco, parecía llenarme de vida el humo en la boca, aunque en realidad sea todo lo contrario. -Por lo menos no sueno como alguien que esta muriendo por ellos- ella se mantiene callado por un corto momento -Cuando despierte tu madre dile que me llame, y que si lo necesita puede venir a quedarse conmigo un tiempo- a lo que yo solo respondí un fastidiado -Claro-.
Entro a la cocina y veo a mi madre sentada a la mesa, esta muy callada. -Hablo la tía Sara- sin mirarme me dice: -Si, escuche, ¿Qué quería?- -Solo quería que te dijera que podías quedarte con ella unos días si lo necesitas- ella se queda mirando la tabla de la mesa y extiende su brazo izquierdo hacia mí -Ten, tráeme una botella- yo sabía que se refería a escoces, muchas mujeres prefieren bebidas suave y con sabor agradable, pero ella era más hombre que muchos de los que hay en este mundo, así que tomo el billete que me ofrecía y salgo de la casa por ella; la verdad es que no querría que ella se embriagara ahora mismo, pero para la situación se me hizo más prudente el no negarle algo.
Son las ocho de la noche cuando vuelvo, ella ya había empezado su destrucción con una botella de alcohol barato que alguno de sus novios habrá dejado hace tiempo, y como hijo solidario, empiezo a beber con ella.
Ya serian las diez de la noche tal vez y ella seguía tomando, yo por mi trabajo tenía que despertarme temprano al siguiente día, así que la deje sola, en una oscura cocina, con el recuerdo de una hija muerta por su culpa y un mundo que se le venía abajo.
-Hey- me dice Carlos, mirándome con pena. -¿Están bien?-. Yo me limito a asentar con la cabeza. -Lamento lo que paso, cualquier cosa que necesites, enserio, cualquier cosa, solo dímelo-. No me caería mal una dosis, pero en su cara veo que no está muy bien, no quiero provocar una sobredosis, otra muerte en este edificio es lo ultimo que quiero, -Estoy bien, pero hazme un favor, deja eso- el sabe a lo que me refiero, trato de ser discreto porque Laura, la mujer que vive en la casa de enseguida, una pequeña casa, bastante vieja y maltratada; sí algo caracterizaba a esta señora mayor es que siempre estaba en la acera, en una mesedora, cuidaba tanto sus plantas que seguro pasaba más de doce horas del día: viéndolas, regándolas, podando cada pequeño rosal. Su casa podría ser una ruina deprimente, pero su jardín era como el de pocos.
Carlos se aleja por el lado de Laura dándole una fea mirada, ella se asusto, como podría defenderse una señora de tal edad contra un joven con altas cantidades de alucinógenos en la sangre, no le tome importancia  , pues me pareció una reacción natural. me senté en los escalones del pórtico por más de una hora, no creo que haya llegado a las dos horas, pero quien sabe; Cuando iba entrar al edificio veo que Laura sale, estoy por girar la perilla de la puerta y escucho mi nombre: -Jose Luis-. Volteo y veo a Laura algo nerviosa. -¿Qué pasa?- contesto casi sin interés, por simple cortesía. -Veras...- balbucea -Hey, Jose Luis- grita Carlos desde la otra acera. Entonces al voltear de nuevo a Laura veo como regresa a su casa, Carlos se quedo viendo hasta que ella entro, le agradezco mentalmente a Carlos, no  estaba de humor para aguantar las platicas interminables de una anciana. Entro a mi casa y suena el teléfono, contesto: -¿Bueno?-. -Hola, soy yo Sara- después de esa respuesta se escuchan varios tosidos bastante enfermos, de esos que deben de deshacer la garganta. -Hola tía- contesto.

domingo, 7 de abril de 2013

Llego a la planta baja, mi madre en la cocina, recargada en la barra a un lado de la estufa, voy hacia ella, cometí el error de dejarme el paquete de cigarrillos en el bolsillo de mi camisa, cuando ella se les quedo viendo pensé que se mortificaría, pero no, con cara de preocupación me pidió cigarrillos, no le dí un solo cigarrillo, le dí la caja ya abierta, ella tomo uno y lo puso junto a la cafetera, y de inmediato tomó otro, que se lo llevó directo a la boca; cuando buscaba mi encendedor ella ya se había inclinado hacia la estufa, lo encendió con una de la sus llamas, me quede viendo como lo encendía de esa manera. Ella parece ofendida, y me dice -¿Qué ves?- con una cara como juzgándome. -Nada- le respondo, pero esa acción nunca la habría anticipado. -Así los encendía cuando era joven, tu abuela me descubrió y se empecino en que no hubiera un solo cerillo o encendedor en la casa, no se le ocurrió quitarme lo cigarrillos, no era muy lista, yo saque a mi padre, callado, temible y testarudo con sus vicios; el me enseño a beber, me dijo que era mejor que aprendiera en casa en lugar de un bar de mala muerte. Lo que podía decir con toda certeza sobre mi padre era que de verdad nos amaba a mi madre, a mis hermanas y a mí.
Ella se nota triste de repente, -¿Haz comido algo?- le digo. -No- me dice indiferente. -¿Quieres que te prepare algo?-. Enfadada me da un fuerte: -No-. Se que estos momentos es un manojo nervios, así que me limito a mirar el piso con una cara de tristeza a lo que ella responde llorando, con una voz con la que puedes saber que su corazón esta destrozado: -Le dije, le dije muchas veces que nunca saliera al parque sin permiso, que esperara a que yo llegara del trabajo, que podíamos llegar por un helado después, como es posible que la única vez que la dejara salir a la calle ella nunca regresara-. -No es tu culpa- le digo. -Si, si que lo es, le mi menos importancia por una vez y mira lo que paso, ella murió, yo la mate-. sería prudente que le dijera que no era su culpa, que ella no tuvo nada que ver, pero me quedo callado. ella sale de la cocina con el cigarro en la mano izquierda y su otra mano aferrada a su vestido negro, se dirige a su habitación al final del pasillo. Después de unos segundo de sentirme como basura por no decir algo para aliviar su culpa, pero mi hermana fue atropellada porque alguien la dejo salir sin supervisión; ahora solo quiero salir de esa casa, junto a al cigarrillo que dejo en la barra dejo toda la caja y el encender, ellos los necesita más que yo.
Salgo a la calle, me quedo en el pórtico y veo a mi amigo Carlos, pareciera que se ha drogado bastante, generalmente es un consumidor casual (incluso he compartido algunas dosis con el), pero hoy se ve fuera de lo normal, en su mirada se nota que quiere salir de la realidad.

                                                                                              -Ricardo E.

sábado, 30 de marzo de 2013

José Luis- oigo desde abajo, -ven por favor-. mi madre me pide. Me pongo a recordar porque me llamo así, mi madre me confesó en una de nuestras tantas borracheras ya hace algunos años, que me nombro así por su mejor amigo de joven, el único hombre que en verdad la amó en un momento, que veía sobre ella antes que por el mismo, y al que le destrozo el corazón cuando no pudo verlo de otra manera más que de un amigo. Mientras bajaba los catorce escalones que tenían las escaleras, solo catorce, que parecían eternos en ese momento por la lentitud en la que los recorría, examiné la relación que he llevado con mi madre estos últimos años, solo somos amables el uno con el otro en las tragedias, y solo tenemos en común nuestro gusto por el alcohol.
De nombre susana, con el cabello rizado y castaño, una nariz que si no era grande o fea, era uno de sus rasgos que más la distinguían, unos ojos color café, y una actitud depresiva era como se describía perfectamente a mi madre; yo pues puedo asegurar que saque su nariz, cabello el oscuro y ondulado, ojos bastante oscuros, pero lo que más me familiariza con ella es mi actitud deprimente, mi adoración por la autodestrucción y nuestra arrogancia, símbolo ancestral de la familia ortega. Ana, la pequeña, a la cual yo le llevaba quince años de diferencia era lo que evitaba que nosotros nos arrancáramos la cabeza en cada discusión, discusiones sobre cuando tendré empleo, si ella pensaba limpiar la casa alguna vez y cosas que cualquier familia discute, pero cuando ella estaba en la habitación todo era tranquilo, pero no porque fingiéramos que todo estaba bien, sino porque ella nos motivaba a hacer mejor las cosas, era tan tierna que cuando mi madre de cansaba al limpiar, tomaba la escoba que casi le doblaba la altura y la sacudía sin ayudar en nada, pero sentía muchas más fuerzas, o eso me dijo mi madre cuando estábamos bebiendo en su honor anoche. Ana, no sé si exista un cielo, la verdad es que llevo mucho tiempo pensando en que no, pero ahora espero que si, porque quiero volver a verte.

                                                                                                                     -Ricardo E.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Subí las escaleras para entrar a la que hace algunos años fue mi habitación, me pare junto a la ventana abierta para fumar un cigarrillo, mi madre creía que lo había dejado hace unos meses, y así era, pero con estos últimos sucesos no veía como un problema el fumar. aun así no quería decepcionar a mamá, no ha dormido bien estos dos días, creo que no ha dormido nada. hace una hora o dos llegamos del funeral de mi hermana pequeña, Ana.

                                                                                                              -Ricardo E.